A veces, no confiar en ti mismo es lo mejor que puedes hacer

Les contaré algunas cosas muy personales sobre mí. Una faceta de mí que casi nadie conoce a profundidad. He escrito sobre ello varias veces, pero no tan directamente como ahora lo haré.

¿Alguna vez has estado deprimido? Yo sí. Y no hablo de momentos tristes, momentos difíciles. Hablo de una profunda y desgarrante depresión que te asecha día y noche. Esa que te hace sentir solo aunque estés rodeado de gente que te ama. No conforme con ello, la depresión te hace sentir aún peor por ser un maldito desagradecido y un necio, un imbécil. No puedes evitar nada de eso. Crees que eres un estorbo para los demás porque, a pesar de todos sus esfuerzos, tú sigues sintiéndote un desperdicio de humano, desperdicio de amor, desperdicio de tiempo, de esfuerzo… En fin, sería mejor que no estuvieras aquí. O en ninguna parte. Te preguntas a ti mismo si tendría razón aquella persona que te dice «mejor date un tiro». Te duele en el alma si quiera considerarlo, pero lo consideraste. Y eso quizá no habrá partido tu cabeza como lo hubiera hecho la bala, pero sí partió tu corazón. No importa cuánto te esfuerces, nunca serás lo suficientemente fuerte para salir de ese chiquero en el que vives. Cada vez que logras hacer un avance, que hasta la gente de tu al rededor reconoce, solo necesitas un parpadeo para que todo se vaya al carajo nuevamente. Y ahí, solo, en el suelo, cuando todos voltearon para seguir con sus vidas, yaces llorando una vez más. Te preguntas, ¿para qué rayos me esfuerzo si de nada sirve? Intentas, de todas maneras, levantarte para buscar ayuda pero, ¿qué encuentras? que la gente te dice «anímate», «tienes tanto por lo que ser feliz y estar agradecido», y eso… es una patada en los bajos. ¿Por qué? Porque teniendo tanto por lo que ser feliz, tú estás ahí sintiéndote miserable. No mereces lo que tienes porque no lo valoras. No eres de provecho para la sociedad, ni para tu familia. Entonces, te das cuenta de otra cosa: estás realmente solo porque nadie sabe qué decirte, cómo ayudarte, nadie comprende cómo te sientes. No eres capaz de disfrutar las cosas que alguna vez amaste. No tienes ganas de intentarlo si quiera.

Es ahí donde necesitas no creer en ti mismo. Me dije tantas veces que no era lo suficiente bueno para un sin fin de cosas… tantas veces me lo dije… que el papel donde escribí esto originalmente ahora tiene lágrimas que quedarán ahí para siempre. Recordatorios de todo lo que perdí, todas las oportunidades que dejé pasar, los momentos y personas que no disfruté como pude haberlo hecho. Ahí es donde el no creer en mí me salvó la vida.

No siempre lo tuve presente. No siempre era consciente de ello. Durante todo ese tiempo yo tuve mi «cuerda de seguridad«. Ahora la veo. Esa cuerda de seguridad era creer en mi.

¡ESPERA! ¿NO DIJISTE QUE NO HABÍA QUE CREER EN UNO MISMO?

Aplico una de mis frases favoritas: «sí pero no.»

¿Qué era eso en lo que confié? Confié en que de alguna manera, yo sería capaz de domar a la depresión. No sabía cómo, ni con qué, ni cuándo, ni qué tan difícil sería. Y lo peor: no siempre me lo creía. Leí, investigué, intenté tantos consejos de superación personal, que tampoco pude evitar pensar que de nada servían. En el mejor de los casos, encontraba un alivio efímero. Solo eso.

Creer que podría salir de eso, mientras también creía que era mejor alejarme de todos por ser un estorbo, por no ser suficiente, por ser un desperdicio, era como sujetarse de una cuerda bajo una cascada.

Entonces, ¿cuándo no creer en ti mismo? Cuando me decía a mi mismo que no sería posible, no debí creer en mi mismo. Todas esas veces que me dije que era mejor no continuar, que era una basura, que no valía yo la pena, era cuando no debía creer en mí. Aunque en realidad, ese sentimiento de ser capaz de lograrlo casi siempre estuvo dormido. Habría los ojos, mas no se levantaba realmente, cuando el oso hibernaba. Una vez al año.

Ahora, este ejemplo es fácil de entender, sobre todo para quienes no han sufrido una depresión severa. Claro, es lo que todo mundo dice «cree en ti mismo y lograrás lo que tú quieras». Así de sencillo.

… como si supieran lo que se siente.

Pero bueno… ahora que me crees la parte de «a veces no debes creer en ti mismo», déjame exponer algunas otras situaciones en las que no es tan clara su aplicación.

«No tengo tiempo para limpiar la casa, tengo demasiado trabajo.» Y probablemente lo jures, y hasta desgloses tu horario y todas actividades para, según tú, demostrar que no tienes tiempo para limpiar. Esto es algo también muy personal porque es algo que yo mismo digo (pero estoy en proceso de cambiarlo). Comprendo lo difícil que es el adquirir nuevos hábitos si sientes que tu agenda ya está llena, pero, ¿qué es lo que he descubierto que me anima a compartirles esto? Que aplicando el «no debo confiar en mí», he logrado mantener la casa más limpia que antes. Tengo épocas de flaqueza todavía, pero la otra parte, en la que sí confío, me dice que lograré mantener esos hábitos de limpieza que me gustaría tener. He descubierto que no debo creer que no tengo tiempo porque he logrado limpiar la sala en menos de 10 minutos. Lavar el patio donde está el perro en 15 o menos. He descubierto que alcanzo a lavar casi todos los platos en lo que se calienta el agua para mi té. He descubierto que para limpiar un cuarto no necesito todo el día, ni toda la tarde. Y es que me he dicho a mí mismo muchas veces que para limpiar un cuarto bien, necesitaría estar de vacaciones, tener toooodo el día completo para poder hacerlo. Y, ¡no es cierto! Incluso con una hora o menos puedo limpiarlo decentemente. Quizá no a profunidad, pero es muchísimo más de lo que haría si creo que a fuerzas necesito todo un día. Hace poco leí «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada» y todo porque creemos que debemos hacerlo de manera perfecta, a fondo, porque creemos en que «si vas a hacer algo, hazlo bien«. A veces no alcanza el tiempo, no nos alcanzan las ganas, y es entonces cuando «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada en absoluto«. Ni modo.

Otro ejemplo:

¿Eres experto en matemáticas, idiomas, computación, deportes, música, leyes, física, electrónica, psicología, finanzas…?

¿Qué me responderías si te digo que no debes confiar en lo que sabes? Algunos dirán que si no confías en lo que sabes, ¿cómo esperas que los demás confíen en tí?, ¿cómo esperas hacer un buen trabajo? Bueno, pues es precisamente para hacer un mejor trabajo, que te recomiendo no confiar en ti, no confiar en lo que sabes. ¿Por qué? Porque si crees que ya sabes algo, tu cerebro entrará en modo «ya lo sé, no hay razón para seguir buscando». No puedes evitar que entre en ese modo. A menos que verdaderamente dudes de ti mismo y de lo que sabes. Solo así tu cerebro ira en busca de más. Solo así serás capaz de encontrar nueva información que quizá contradiga lo que creíste que era cierto (¿acabas de pensar en algun dato que crees firmemente que no puede ser dudado? ¡DÚDALO!), pero que serás capaz de aceptar porque estarás en búsqueda de la verdad, o de nuevos métodos, de nuevos datos. Si no dudas de ti mismo, nunca irás más allá, nunca descubrirás «mundos nuevos». No crecerás emocionalmente ni en tu campo de experticia. Bueno, sí puedes crecer en esto último, pero a un nivel mucho menor.

Si acabas de pensar «yo sé que no lo sé todo», ah, pues ¿qué crees? ¡DUDA DE TI MISMO! No te creas tu propio cuento de que eres consciente de que no lo sabes todo. ¿Por qué? Porque de cierta manera, tu cerebro sigue estando en ese estado de «ya sé que no sé todo» y se vuelve perezoso. Dejará de prestar atención y pasará por alto muchas situaciones en las que actuaste como si supieras algo. Habrá olvidado cuidarse, siendo que es un esfuerzo constante el pensar «no debo confiar en lo que sé» para mantener viva la curiosidad que te llevará a aprender aún más y crecer.

«Yo siempre estoy tratando de ser consciente, de conocerme a mí mismo, de crecer, de aprender»,  uff… esta pedrada también va para mí. NO DEBEMOS CONFIAR TANTO EN NOSOTROS MISMOS. Si confiamos en eso, caeremos en el estado perezoso y dejaremos de prestar la atención suficiente para darnos cuenta de todo lo que hacemos.

Otro ejemplo:

Se terminó mi relación y mis esfuerzos no fueron suficientes para evitarlo. No… más bien, yo no fui suficiente para esa persona. Todo mundo me dice que soy «un buen partido», que «la chica que esté conmigo será afortunada», y aún así… me han dejado. ¿Seré capaz de encontrar a alguien con quien compartir el resto de mi vida? No lo sé. Empiezo a creer que no. Por más que yo creyera en la relación, estaba equivocado. Quizá yo no sea apto para una relación de ese tipo. Quizá mi destino es estar solo. Con amigos, familia, y mis mascotas, claro. Con esposa e hijos, creo que no. Cada vez que repaso en mi mente cómo todo lo que he vivido y todo lo que creí se destruyó sin que yo fuera capaz de hacer algo para evitarlo, me reafirmo que mi futuro es solitario. No importa todo lo que sé sobre psicología, sobre el comportamiento humano, sobre relaciones, sobre mí mismo, sobre el amor… nada importa. Nada ha evitado que mis relaciones terminen. Así que, solo me queda estar bien conmigo mismo y nada más.

Rayos…

Pero volviendo al punto de esta publicación: no debo creer en mi mismo. Tampoco debo decirme «no te preocupes, encontrarás el amor, y será hermoso, y vivirán felices todo el tiempo que deban durar», o «en la vida hay tres amores, ya viviste dos, te falta el tercero, que será el bueno». ¿Por qué no vas a creer todo eso? Porque quiero mantener mi actitud de duda. No voy a decir que no encontraré a nadie más, pero si quiero ser congruente y consistente, tampoco puedo decir que sí la encontraré. Aquí es donde es difícil aplicar el «no debo confiar en mi mismo», porque si nos decimos que encontraremos a alguien y nos lo creemos, podemos caer en la desesperación de querer hacerlo: bastante inconveniente por razones que ustedes ya saben. Además, estaremos descuidando la actitud de desconfiar de nosotros (cuidadosamente, claro). Y, por último, desconfío de lo que pienso porque también sé que una relación es de dos, no depende solo de mí.

 

En conclusión, no se trata de dudar de todo indiscriminadamente. No se trata de dudar de todo para sentirnos intelectuales. No se trata de dudar de todo porque nada es cierto, todo es una simulación, nada tiene sentido, y entonces… ¿si quiera existimos?… espera, ¿qué?

Se trata de dudar de nosotros mismos para mantener viva la curiosidad, mantener la mente abierta, los ojos abiertos. Se trata de ser capaces de aprender más de lo que creemos posible. Se trata de crecer.

Hay veces en las que debes creer en ti mismo. Hay veces en las que no. La sociedad ya te ha enseñado en que debes creer en ti, ahora te falta aprender a desconfiar de ti mismo. Después podrás combinar ambas prácticas. Ese es el siguiente nivel. Practícalo todos los días.

 

 

Un último ejemplo de cuando no debes creer en ti: «5 minutos más«. Punto.

 

 

¿Qué es la felicidad?

Hace poco, en la escuela, una maestra nos preguntó algo tan simple y tan complejo a la vez que no tuve una respuesta concreta en ese momento. De hecho no recuerdo haberme puesto a esclarecer esa respuesta hasta estar totalmente satisfecho. Voy a hacer un intento más para responder a la pregunta ¿qué es la felicidad?

Para empezar, la felicidad, como el amor, son cosas tan difíciles de definir absolutamente que no me atrevo a concluir una definición universal. ¿Será que son imposibles de definir?

Bueno, al menos podemos acercarnos. Estancarse en el «imposible de definir» no será de nada productivo. Hare algo parecido a lo que hacen los científicos: intentar sintetizar una definición de algo lo más minuciosamente posible, y que sea aceptada por el mayor número de personas posible. Pero siempre tendremos en cuenta que no conocemos todos los misterios del universo y puede haber algo que pasamos por alto. Una nueva variable siempre puede aparecer aunque no la esperemos.

Algunas personas definen la felicidad como un sentimiento que tienen cuando consiguen lo que desean (material o emocional), o como la autorrealización. En occidente, generalmente, así se toma a la felicidad. Y podría decirse que estas características son algo externas a nosotros, es decir, que nuestra felicidad depende de si obtenemos o no lo que queremos, de si llega o no a nostros alguna cosa. En cambio, en el oriente es más común definir a la felicidad como un estado de paz interior. Esta forma de verla es la que, en mi opinión, es más funcional o más acertada. ¿Por qué? Porque cuando logramos obtener algo sentimos autorrealización, orgullo, alegría (que, a diferencia de la felicidad, es momentánea), etc. No experimentamos felicidad en sí. Entonces, no es práctico usar el término felicidad en esas ocasiones. Es por eso que se generan confusiones en cuanto a la felicidad, y es por eso que poca gente encuentra la verdadera felicidad.

Entonces, ¿qué es la felicidad? Como mencioné anteriormente, es un estado de paz interna. Pero además, le atribuyo lo siguiente:

Es una decisión. Viene de nuestro interior, nosotros podemos elegir ser felices. Aunque el exterior influye en nuestra decisión, la última palabra la tenemos nosotros.

Si le preguntamos a un niño pequeño qué lo hace feliz, puede ser que conteste «comer dulces», «ir al parque», «jugar», «ver tele»,… cosas tan simples, que muchos adultos no pensaría siquiera en considerar como respuesta. Bueno, algunos quizá sí. Pero estas respuestas también están enfocadas a estímulos externos a nosotros mismos, pero no digo que esten mal los niños. Al contrario, están más cerca de lo que es la felicidad porque la obtienen de cosas pequeñas y simples.

Volvamos a la parte en que la felicidad es un estado de paz interior. Ahora, ¿qué entienden por paz? ¿Se les viene a la mente una persona tranquila, pasiva, paciente, seria? Pues, generalmente, sí. Pero eso no es lo que define a una persona que tiene paz interior. La paz interna es un estado de equilibrio. Es una capacidad de estar en paz interna aún cuando las circunstancias sean adversas, o nos causen dolor. Y tengo que hacer énfasis en que no se trata de estar sonriendo mientras te encajan un cuchillo en la pierna. Se trata de sufrir esa puñalada, llorar, gritar, retorcernos del dolor. PERO… no caer en la actitud de derrota ante la vida. No empezar a sentirnos desahuciados y maldecir todo lo que nos ha pasado o pasará.

¿Es doloroso? Sí.

¿Puede atentar contra tu vida? Puede ser, sí.

¿Puedes sentirte mal por ello? Por supuesto, ¡tienes un cuchillo enterrado en la pierna!

¿Qué debo hacer? Atenderlo. Protegerte. Buscar ayuda. Dirigir tus esfuerzos a sanar la herida.

¿Y después? Continuar.

¿Y si me vuelven a encajar un cuchillo en la pierna, será este mi destino de por vida? Lo será si no aprendes de la experiencia. Y no digo que no te volverán a intentar encajar un cuchillo en la pierna. Lo que digo es que debes aprender a protegerte contra eso. Si vuelven a lograrlo, ya sabrás cómo actuar, cómo tratarlo. Si ves que siguen intentando encajarte el cuchillo, compra protección y aprende a preveer esas situaciones para evitarlas. No se trata de que ya no sucedan situaciones difíciles o dolorosas en tu vida, se trata de cambiarlas, resistirlas, preveerlas, aprender de ellas, evitarlas en la medida de lo posible. Luego… seguir adelante porque no todo es negro (ni blanco).

 

Sobre una anciana incomprendida

Primero que nada, acabo de notar que llevo 8 días sin escribir. Eso es terrible, hasta cierto punto. «¿Estuve ocupado y no me di el tiempo de publicar?», sí, lamentablemente. Pero también sucedió que me empecé a preguntar dos cosas: ¿estoy escribiendo por escribir? Eso suena a forzar algo como no debería. Aunque por otro lado, lo quiero hacer para fomentarme el hábito de no dejar de darme tiempo para escribir. Y la segunda pregunta, ¿sobre qué diablos escribo? Se supone que escribiría sobre cosas que notase en mi día, pero no logré elegir una cosa. A veces no pensaba ni en una.

Hasta que ayer me decidí sobre lo que escribiría. Me pasé un buen rato rumiando la idea en mi mente y tratando de obtener extractos de lo que plasmaría, pero me di cuenta que me desvié mucho del tema inicial, así que necesité tiempo para volver sobre la primer idea.

Les quiero platicar sobre una anciana a la que visito casi a diario desde hace ya muchos años. Pero esto lo sabía muy poca gente, solo las personas más cercanas a mí. Muchas personas la visitan también, pero siempre es polémico cuando uno empieza a decirlo. La confunden mucho con su prima, que es una desgraciada pero no quiero hablar de ella en ese momento. La primera reacción que tiene la gente ante su mención suele ser preocuparse: la ven como un parásito, o una mala influencia. Algunos dicen que pasar demasiado tiempo con ella te puede crear algun trastorno mental y hasta destruir tu vida.

También hay quienes la defienden y hasta la glorifican, como si estar con ella todo el tiempo fuera lo más sensato.

Peles-castle-interiors

¿Cuál ha sido mi experiencia? Estar con ella me ha traido tranquilidad después de un día ajetreado, lleno de trabajo, problemas, y cansancio. Me ha dado la oportunidad de conocerme a mí mismo, pues es buenísima para escuchar y te lleva a cuestionarte tantísimas cosas.  La considero una estupenda maestra porque eso de enseñarte sobre ti mismo es lo más valioso que alguien pueda hacer. Por supuesto, no se limita a ello, también me ha permitido aprender sobre el mundo, sobre psicología, idiomas, matemáticas, artes, computación, medicina, historia, economía… Cuando uno aprende sin la presión y el cuadrado esquema de la escuela, se vuelve una actividad maravillosa. Definitivamente, una de mis favoritas.

Eso no es todo, estar con ella también me da la oportunidad de divertirme haciendo lo que yo quiera, como yo quiera. Ciertamente, puedo divertirme sin estar con ella, pero a mí me encanta esa libertad que me hace sentir. Eso no quiere decir que no me guste divertirme con otras personas. Claro que sí. Hay cosas que solo puedes hacer en compañía de otras personas. Pero, por ejemplo, cuando se trata de videojuegos, su compañía es la mejor. Hacer ejercicio, dibujar, escribir, escuchar música, cantar… ella me da una libertad fascinante para hacer eso y más.

Para algunos, quizá su presencia sea muy inquietante y tenga el efecto contrario al que tiene en mí. Lo entiendo. Solo me gustaría que más gente comprendiera que en mí, su compañía hace bien. Muy bien.

Sin embargo, su compañía no lo es todo. Es como leer: puedes sacar un gran beneficio de hacerlo por largo tiempo, pero de nada sirve si no sales al mundo a vivir eso que aprendiste, a disfrutar de esa paz y felicidad que te dio el estar leyendo. Tampoco tendrías la oportunidad de conocer otras historias en carne viva, que jamás se compararán a las vividas a través de las páginas de un libro. Algo parecido sucede al estar con ella.

Repito, el gran problema es su prima. Muchos piensan que son la misma persona, pero no es así. Puedes estar con una o con la otra sin estar con las dos al mismo tiempo. Me desagrada un poco ver que si busco imagenes de ella en Internet, encuentro imagenes representando la visita de su prima.

Lo peligroso de su prima es que es la mayor manipuladora que he conocido en toda mi vida. Ella realmente es un parásito que quiere sacar lo mejor de ti para tirarlo a la basura, escupirle y prenderle fuego. Tengan cuidado con ella porque ella sí te obliga a visitarla. Si no, ella va a visitarte sin que lo desees. Con el tiempo se hará cargo de que tu aceptes su presencia, hasta que llegue un punto en el que pensarás que estar sin ella es imposible. Es más, no habrá opción alguna en tu mente de que el mundo sea distinto. Para tu mente no exisitirá más que ella y solo ella.

Y, bueno, ya hablé de su prima. Ni modo. Pero puedo decir que la anciana de la que empecé a hablar no te obliga nunca a estar con ella. Yo la visito porque me gusta hacerlo. Aunque piensen que puede hacerme daño, yo pienso que no visitarla es lo que me dañaría más. Quizá visitarla demasiado hasta el punto de no hacer otra cosa sí puede ser perjudicial. Pero, igualmente, si jamás la visitas, te volverás loco por no hacerlo.

Disfruto de la compañía de otras personas, no me malentiendan. Mi punto es que no debemos confundir a estas dos primas. No son iguales. Una te da libertad, la otra te la quita.

¿Cómo se llaman estas dos ancianas? Te diré que la anciana a la que visito con gusto se llama Soledad.

¿Y su prima? No te lo diré. Ya lo sabes. La has visitado. Te ha visitado. Quizá esté a tu lado o detrás de ti mientras lees esto. Tal vez estén las dos.

 

Nota: Elegí representarlas como ancianas por dos razones: en primera, porque gramaticalmente, son sustantivos femeninos. En segunda, porque han existido desde siempre y me pareció una buena idea representar el tiempo con la vejez.

Definiendo la buena y mala autoestima

¿Baja autoestima = mala autoestima? y ¿alta autoestima = buena autoestima?

Sí y no. La baja autoestima sí es una mala autoestima; pero la alta autoestima también es una mala autoestima.

Pondré esto más claro con este diagrama que hice:

Esquema de la autoestima

Veamos la parte izquierda primero, donde dice Alta – Buena – Baja. Con ayuda de los colores (rojo = mal; verde = bien) debería quedar mucho más entendible lo que quiero decir.

La buena autoestima es cuando se logra un balance adecuado entre una alta y una baja autoestima. La definición de autoestima la daré a lo largo del texto, pues es difícil concentrarla en una sola oración. O más bien, sería algo muy somero de hacerlo así. Así que dejare que ustedes den su propia definición.

Empecemos por la alta autoestima. Una cosa curiosa que me hizo pensar en esclarecer este tema fue cuando leí un artículo sobre el abuso escolar (actualmente muy conocido como «bullying»). Cuando describían a los niños que maltrataban a otros hicieron el comentario de que la gente suele verlos con baja autoestima, alegando que necesitan degradar a otros para poder sentirse bien consigo mismos. Pero más bien, esos niños, según sus observaciones, suelen tener una alta autoestima de sí mismos. Generalmente, ellos se ven a sí mismos como grandes atletas, el alma de la fiesta… en fin… sienten que son una persona más exitosa que la persona a quien molestan. Esto es una descripción de alta autoestima, es verdad. Pero no quiere decir que sea una buena autoestima, sino todo lo contrario.

La baja autoestima no tiene tanta dificultad en ser comprendida. De donde la veamos es una mala autoestima. Se caracteríza por no estar feliz con uno mismo y sentir que valemos menos que otras personas. Podría comenzar una enorme lista de características o de acciones que nos llevan a pensar que alguien tiene baja autoestima, pero en este post me interesa más diferenciar entre alta, buena y baja autoestima de una manera simple.

Repito, la buena autoestima es cuando encontramos el balance entre una alta y una baja autoestima. No más hacia un lado que hacia el otro.

Ahora, pasando al lado derecho del diagrama. Vemos las palabras Arrogancia y Depresión. Con ellas represento a los dos tipos de malas autoestimas. Pongámoslo así:

  • Alta autoestima (arrogancia):

La gente se aleja de ti porque eres presuntuoso, presumido, fastidioso, egocéntrico, fanfarrón, etc.

  • Baja autoestima (depresión):

Tu mismo te alejas de las personas porque piensas que nadie quisiera estar contigo, ya que eres un aburrido, eres tonto, inquietante, feo, un bueno para nada…

Pasemos al punto que creo yo que causará más discordancias. Noten que puse un área de Humildad. Esta zona fue la más difícil de colocar, pero decidí hacerlo con su límite superior justamente convergente con el punto central de la buena autoestima. Es común escuchar que la gente dice que los humildes son grandes personas y las elogian por eso mismo. Es más, entre más humildes son, mejores personas las consideran. Yo difiero enormemente con esto. ¿Por qué? Déjenme poner otra pregunta: ¿cómo dirían que es la autoestima de alguien que no acepta el crédito por nada de lo que hace, que cree que el trabajo de los demás es más valioso que el suyo propio y que a pesar de hacer muchas cosas productivas considera que no ha hecho casi nada en comparación a lo que hicieron las otras personas? Claro, esa persona tiene una baja autoestima. Es por eso que puse la parte restante de la humildad en camino hacia la baja autoestima. Si quieres estar en la buena autoestima reconoce lo que hiciste y sé feliz con ello, pero no más ni menos.

En conclusión, sé feliz contigo mismo y siéntete orgulloso pero no alardees. Y tampoco pienses que eres menos importante que los demás. Es más, no pienses en quién es más importante que quién. Piensa que todos tenemos algo que hacer (o que decidimos hacer) y hay que hacerlo. Sin ser mejor o peor, solo ser ¡y ya! Si tienes tantas ganas de hacer comparaciones, entonces házlas contigo mismo. Si las haces entre tu y otras personas jamás terminarás y nunca te sentirás a gusto contigo mismo (o sea, que no serás feliz). Mira la imagen que pongo de la escalera de Penrose.

Al compararte con los demás estarás intentando llegar a la cima de esta escalera… nunca lo harás.

¿Cómo quedó su definición de buena autoestima?