Querido lector, le pido, por favor, que antes de ponerse a pensar en todas las excepciones que puede haber en lo que diré, y las situaciones que no mencionaré, porque sí las hay, primero piense con una mente relajada en cómo sí sucede lo que expongo aquí; Léalo de nuevo, consúltelo con la almohada, y hasta después de eso, póngase a pensar en las excepciones para complementar su información, no para sobre escribirla.
En los últimos días me he topado con muchas publicaciones sobre grupos de pedofilia. Más bien, con publicaciones de personas en contra de esos grupos. Me ha llamado mucho la atención la actitud con la que se expresan. No es algo nuevo en absoluto, pero es algo importante que tiene efectos en la sociedad que valen la pena mencionar.
Antes de entrar de lleno en el tema, quisiera pedirle al lector que respire y deje de lado esa ira que surge de tan solo mencionar la palabra pedofilia, pues eso impedirá que entienda mi punto. Si usted es un lector que está a favor del movimiento para “normalizar” la pedofilia, es bienvenido igualmente a leer. Solo le pediré a todos que lean sin ira, con mente abierta, y analizando el texto en su totalidad. No deje de leer hasta haber terminado.
Primero debo esclarecer que se distingue pedofilia y pederastia. La primera es la atracción amorosa y/o sexual hacia los menores de edad. La segunda, pederastia, es cuando existe la relación sexual. Aquí no abordaré la obvia consecuencia legal de este asunto. Y cabe aclarar que es posible que los pedófilos solo tengan el deseo y las fantasías, pero no las lleven a cabo. Además, no es lo mismo hablar de tener relaciones sexuales a cometer una violación (cuando una de las personas es obligada a tenerlas). De esto último, no escribiré mucho.
Ahora, quiero contextualizar las relaciones amorosas. Hay muchas formas de analizar y explicar las relaciones. Esto es solo un resumen bajo la perspectiva psicológica que yo utilizo. En una relación de este tipo, ambas personas llegan siendo una entidad que llamamos “yo”, y cuando se juntan, son más que dos “yo” juntos porque habrán creado una tercera entidad llamada “nosotros”. Las tres entidades deben cuidarse, sin poner mucha más atención en una que en otra. Si damos mucho más protagonismo a una de las entidades, o si cada uno está dando más protagonismo o importancia a su propio “yo”, habrá conflictos. Es posible que la pareja se separe. También es posible que no se separe, pero empiece a ser lo que actualmente llaman “una relación tóxica”. Además, las personas siempre actuamos buscando satisfacer ciertas necesidades emocionales. No es algo malo, simplemente así es. Algunos lo llaman “asuntos inconclusos”. Lo importante es qué tan conscientes somos de esas necesidades y de las maneras en que estamos tratando de satisfacerlas. Un gran problema es el hecho de que muchas de estas necesidades emocionales escapan a nuestra comprensión. Incluso cuando una persona las logra identificar, externar, y explicar claramente. En general, las personas que logran verbalizar sus propias necesidades, al mismo tiempo, no son capaces de cambiar su forma de actuar respecto a ellas. Esto es porque su comprensión llega a un nivel verbal consciente, y no ha llegado a un nivel emocional profundo y subconsciente. Esto se debe a muchos mecanismos de defensa, que pueden ser analizados con ayuda profesional. Veamos unos ejemplos.
Un típico caso en el que el hombre es violento y golpea a su esposa e hijos. La mujer no lo deja porque, dice, no podrá criar a sus hijos sola; o porque su esposo no siempre es así, a veces es amable y los lleva a pasear y de compras; o porque cree que la familia debe estar unida por el bien de sus hijos a pesar de todo. Entran en juego las creencias y las lealtades invisibles que se obtuvieron desde nuestra infancia, y que se han ido modificando y/o reafirmando a través de la experiencia y nuestra percepción. Es decir, desde niños aprendemos lo que vemos, lo que vivimos. Las cosas tienen cierto impacto emocional y las interpretamos de cierta manera. Repetimos patrones de pensamiento y conductas que pueden venir desde generaciones atrás. Todo esto está más allá de nuestra comprensión profunda si no lo analizamos con mucho esfuerzo y guía profesional. Así, vamos por la vida tratando de llenar esos vacíos, cumplir esas expectativas, reafirmar esas creencias, y esas costumbres.
En el caso anterior, el hombre podría venir de una familia donde exista violencia. Podría tener como único recurso emocional la expresión de la violencia. Es decir, no aprendió a reconocer y entender un gran rango de emociones. Mucho menos aprendió a expresarlas y actuar de manera conveniente sin lastimar a nadie. Eso es todo lo que sabe. Eso es todo lo que aprendió. Puede aprender más, es posible, pero necesita ayuda. Todos necesitamos ayuda para darnos cuenta de esas necesidades, creencias, y patrones que tenemos arraigados en nuestra mente porque es fácil caer en la trampa de que nos entendemos solo porque somos capaces de decir lo que nos pasa: Mientras no seas capaz de cambiar lo que haces, no has comprendido completamente las cosas. Si no trabajas con tu necesidad de cariño, de saberte fuerte, o de sentirte importante, puedes terminar buscándolos de maneras violentas, abusivas, y dañinas para ti y los demás. Incluso podrías terminar obteniendo lo contrario a lo que buscas. Ejemplo: quien está desesperado por tener una relación amorosa estable y duradera tiene mayor probabilidad de no encontrarla, pues no se llega por el camino de la desesperación.
Entonces, ¿qué pasa con la pedofilia teniendo en cuenta esta explicación? La persona con pedofilia tiene una atracción sexual hacia los menores de edad. También suelen agregar razones sentimentales para estar con los niños. Algunos hasta quieren tener relaciones estables con ellos. Estables o no, sexuales o no, como en todas las relaciones, existen necesidades que satisfacer, y creencias y patrones que reafirmar. El adulto puede seguir repitiendo patrones que vivió en su familia desde pequeño. Puede seguir buscando cariño, respeto, admiración, proteger a alguien para sentirse necesario, o quizá busca la sensación de poder, o de ser deseado. Pueden ser varias cosas al mismo tiempo. La persona no es capaz de entender profundamente lo que sucede en su interior. Recordemos que no es lo mismo ser capaz de decir con palabras lo que sentimos y queremos, que tomar responsabilidad de nuestros actos respecto a esas emociones y necesidades. ¿Cómo podemos trabajar esas necesidades, creencias, patrones, y emociones? Con ayuda, por supuesto. La psicoterapia tiene herramientas para trabajar estos casos. Sin embargo, nos topamos con una barrera enorme: las creencias de la sociedad.
¿Cómo elije la sociedad que un acto es despreciable, que no merece perdón, que merece un castigo duro, quizá hasta la muerte? Las creencias socialmente aceptadas y no aceptadas tienen su desarrollo a través de los años. Existen muchas situaciones y personas que contribuyen a la forma en la que se desarrollan esas ideas. Hoy en día la pedofilia es vista como algo asqueroso e imperdonable. El simple hecho de mencionarla causa repulsión y enojo en muchas personas. Dicen que no es una orientación sexual. Aunque una orientación sexual es una atracción sexual, y afectiva hacia ciertas personas, lo que quiere decir que la pedofilia sí es una orientación sexual por definición. Creen que por darle la etiqueta de orientación sexual se busca promoverla e incentivarla. No es así, solo se trata de una cuestión semántica, o sea, del significado de las palabras. El rechazo de este hecho semántico destaca uno de los tantos problemas: la ira disminuye la capacidad cognitiva y traba la emotividad en una sola emoción. Ese es un efecto muy conocido entre la sociedad. Hay movimientos sociales que buscan ir en contra de la ira como la única respuesta aceptable entre las personas. Sin embargo, volvemos a ver la diferencia entre saberlo verbalmente, y saberlo en las emociones, que nos lleva realmente a cambiar nuestras acciones. La sociedad sabe que la ira es contraproducente si no la manejamos bien, pero no ha sido capaz de actuar conforme a ese dato. La ira nos disminuye la capacidad de análisis, comprensión, empatía, y compasión. Es más, entre las mismas personas se alienta la violencia, aunque sea de palabra, en contra de quienes hacen algo que consideran despreciable. Es más, si una persona está en contra de violentar a los pedófilos, es muy común que termine siendo atacada también por, supuestamente, defenderlos y promover esa orientación sexual.
La ira nos impide ver qué sucede con esa persona que siente atracción sexual hacia los niños, nos impide ver qué sucede con aquel niño que acepta tener relaciones afectivas y/o sexuales con el adulto. Y si no vemos qué pasa realmente, no podremos hacer nada con ello. Terminamos incitando a las personas con esas características a avergonzarse; a detestarse a sí mismas; a esconderse; a no buscar ayuda; a que repriman tanto sus deseos insatisfechos, que lleguen a explotar de manera violenta y terminen violando a un menor, o lleguen a suicidarse. Una persona puede sentir esa atracción, pero no llegar si quiera a tocar a un menor, pero puede estarse odiando a sí mismo. Cuando la gente ve a alguien deprimido o triste, buscan que esa persona reconozca lo que es, lo que puede hacer, lo mucho que es querido… pero si se trata de una depresión por reprimir sus deseos sexuales con niños, lo condenan a muerte social sin piedad.
Una muerte social es lo que sucede cuando alguien es expuesto como pedófilo, a veces ni siquiera necesita ser pederasta para ser acribillado de esta manera. Sin embargo, a puerta cerrada, dentro de la familia, las cosas suceden de manera distinta. Los demás miembros suelen ignorar las señales de que algo así está sucediendo en la familia. No son capaces de aceptar que hay algo que arreglar entre ellos porque reconocerlo, sería un suicidio social colectivo de toda la familia. El famoso ¿qué dirán? Impide que el tema sea tratado como un síntoma de que hay asunto que arreglar.
Así es cómo la sociedad está, en realidad, manteniendo la pedofilia: quitándole la oportunidad de ser analizado y tratado. Es la misma sociedad que cree que se solucionará a garrotazos, cuando solamente está cerrando los ojos y ahuyentando a las posibles soluciones. Negándolas como con aquella famosa frase “No oigo, no oigo, soy de palo…”. La sociedad les está quitando la oportunidad a los niños de entender que estos actos no tienen que ser traumáticos, sino que hay que aprender sobre sexualidad para cuidar nuestro cuerpo, nuestras emociones, y nuestras relaciones. No se trata de enseñarles sobre sexualidad a los menores para que vayan a tener todo el sexo que quieran, sino de informarse para ser más responsables, cuidadosos, y no generar traumas innecesarios.
No quiero decir que le digan al niño que está bien tener relaciones sexuales con un adulto. Más bien se trata de no decirle que tener relaciones está mal, y que fue algo horrible lo que le hicieron. Lo pondré de esta manera, la sociedad actualmente le dice al niño que tuvo relaciones sexuales con un adulto lo siguiente: “¡Qué barbaridad! ¿Por qué no dijiste nada? ¡Nunca debes dejar que te toquen! ¡No te preocupes, nunca dejaré que te hagan eso de nuevo! A quien se acerque a ti, le voy a mochar… las ganas.”, mientras ve a todos angustiados, furiosos, llorando, peleando, yendo a terapia, insultando al perpetrador a gritos en la otra habitación como si no se pudiera escuchar todo lo que dicen… un caos. Ahora, ¿qué creen que pasaría si le dicen algo como “ah, mira, descubriste las relaciones sexuales. Verás, eso quiere decir… y funciona así… y hay que cuidarse de… porque podría pasar esto… y por eso debes esperar a estar más grande para hacer eso”? Paramos la situación, educamos, prevenimos, y evitamos traumas.
¿Qué podría pasar si buscáramos realmente una forma de educar a los menores en los temas sexuales para su cuidado personal? Las personas, incluyendo los menores, podrán cuidar su cuerpo, su mente, y sus relaciones porque tendrán la información de cómo funcionan las cosas. Sabrán que es conveniente esperar a tener cierta madurez, y conocerán los cuidados que deben tener para evitar embarazos, minimizar la probabilidad de contraer una ETS, y cuidar sus relaciones sentimentales.
Sin embargo, la sociedad no te permite no reaccionar enérgicamente ante este tipo de relaciones sexuales. No te permite pensar “pues, en ese entonces no sabía bien cómo estaba todo, yo solo sentía el placer de esas caricias” y ya. Paradójicamente, no quiere que te quedes con el trauma de haber vivido esa experiencia, pero al mismo tiempo no te permite no tener el trauma porque te impone la idea de que esa experiencia es horrible.
En conclusión, reaccionar con ira hacia la pedofilia crea la situación ideal para que las personas que la presentan no busquen ayuda, para que sus conflictos internos se vayan fermentando cada vez más y, potencialmente, termine en violaciones o suicidios. Al mismo tiempo, la visión sobre las relaciones sexuales entre un adulto y un menor, le imponen al niño un trauma que, paradójicamente, también está obligado a superar. Igualmente, la sociedad rechaza a los pedófilos, pero no les permite tener un ambiente para resolver sus conflictos. No digo que no podemos enojarnos con la situación, sino que hay que evitar que nuestro enojo suba a tales niveles que nuestra capacidad emotiva y cognitiva disminuya hasta que ya no solo no podamos ayudar, sino que estamos perpetuando los conflictos psicológicos tanto de los pedófilos, como de los niños, y hasta los nuestros.