A veces, no confiar en ti mismo es lo mejor que puedes hacer

Les contaré algunas cosas muy personales sobre mí. Una faceta de mí que casi nadie conoce a profundidad. He escrito sobre ello varias veces, pero no tan directamente como ahora lo haré.

¿Alguna vez has estado deprimido? Yo sí. Y no hablo de momentos tristes, momentos difíciles. Hablo de una profunda y desgarrante depresión que te asecha día y noche. Esa que te hace sentir solo aunque estés rodeado de gente que te ama. No conforme con ello, la depresión te hace sentir aún peor por ser un maldito desagradecido y un necio, un imbécil. No puedes evitar nada de eso. Crees que eres un estorbo para los demás porque, a pesar de todos sus esfuerzos, tú sigues sintiéndote un desperdicio de humano, desperdicio de amor, desperdicio de tiempo, de esfuerzo… En fin, sería mejor que no estuvieras aquí. O en ninguna parte. Te preguntas a ti mismo si tendría razón aquella persona que te dice «mejor date un tiro». Te duele en el alma si quiera considerarlo, pero lo consideraste. Y eso quizá no habrá partido tu cabeza como lo hubiera hecho la bala, pero sí partió tu corazón. No importa cuánto te esfuerces, nunca serás lo suficientemente fuerte para salir de ese chiquero en el que vives. Cada vez que logras hacer un avance, que hasta la gente de tu al rededor reconoce, solo necesitas un parpadeo para que todo se vaya al carajo nuevamente. Y ahí, solo, en el suelo, cuando todos voltearon para seguir con sus vidas, yaces llorando una vez más. Te preguntas, ¿para qué rayos me esfuerzo si de nada sirve? Intentas, de todas maneras, levantarte para buscar ayuda pero, ¿qué encuentras? que la gente te dice «anímate», «tienes tanto por lo que ser feliz y estar agradecido», y eso… es una patada en los bajos. ¿Por qué? Porque teniendo tanto por lo que ser feliz, tú estás ahí sintiéndote miserable. No mereces lo que tienes porque no lo valoras. No eres de provecho para la sociedad, ni para tu familia. Entonces, te das cuenta de otra cosa: estás realmente solo porque nadie sabe qué decirte, cómo ayudarte, nadie comprende cómo te sientes. No eres capaz de disfrutar las cosas que alguna vez amaste. No tienes ganas de intentarlo si quiera.

Es ahí donde necesitas no creer en ti mismo. Me dije tantas veces que no era lo suficiente bueno para un sin fin de cosas… tantas veces me lo dije… que el papel donde escribí esto originalmente ahora tiene lágrimas que quedarán ahí para siempre. Recordatorios de todo lo que perdí, todas las oportunidades que dejé pasar, los momentos y personas que no disfruté como pude haberlo hecho. Ahí es donde el no creer en mí me salvó la vida.

No siempre lo tuve presente. No siempre era consciente de ello. Durante todo ese tiempo yo tuve mi «cuerda de seguridad«. Ahora la veo. Esa cuerda de seguridad era creer en mi.

¡ESPERA! ¿NO DIJISTE QUE NO HABÍA QUE CREER EN UNO MISMO?

Aplico una de mis frases favoritas: «sí pero no.»

¿Qué era eso en lo que confié? Confié en que de alguna manera, yo sería capaz de domar a la depresión. No sabía cómo, ni con qué, ni cuándo, ni qué tan difícil sería. Y lo peor: no siempre me lo creía. Leí, investigué, intenté tantos consejos de superación personal, que tampoco pude evitar pensar que de nada servían. En el mejor de los casos, encontraba un alivio efímero. Solo eso.

Creer que podría salir de eso, mientras también creía que era mejor alejarme de todos por ser un estorbo, por no ser suficiente, por ser un desperdicio, era como sujetarse de una cuerda bajo una cascada.

Entonces, ¿cuándo no creer en ti mismo? Cuando me decía a mi mismo que no sería posible, no debí creer en mi mismo. Todas esas veces que me dije que era mejor no continuar, que era una basura, que no valía yo la pena, era cuando no debía creer en mí. Aunque en realidad, ese sentimiento de ser capaz de lograrlo casi siempre estuvo dormido. Habría los ojos, mas no se levantaba realmente, cuando el oso hibernaba. Una vez al año.

Ahora, este ejemplo es fácil de entender, sobre todo para quienes no han sufrido una depresión severa. Claro, es lo que todo mundo dice «cree en ti mismo y lograrás lo que tú quieras». Así de sencillo.

… como si supieran lo que se siente.

Pero bueno… ahora que me crees la parte de «a veces no debes creer en ti mismo», déjame exponer algunas otras situaciones en las que no es tan clara su aplicación.

«No tengo tiempo para limpiar la casa, tengo demasiado trabajo.» Y probablemente lo jures, y hasta desgloses tu horario y todas actividades para, según tú, demostrar que no tienes tiempo para limpiar. Esto es algo también muy personal porque es algo que yo mismo digo (pero estoy en proceso de cambiarlo). Comprendo lo difícil que es el adquirir nuevos hábitos si sientes que tu agenda ya está llena, pero, ¿qué es lo que he descubierto que me anima a compartirles esto? Que aplicando el «no debo confiar en mí», he logrado mantener la casa más limpia que antes. Tengo épocas de flaqueza todavía, pero la otra parte, en la que sí confío, me dice que lograré mantener esos hábitos de limpieza que me gustaría tener. He descubierto que no debo creer que no tengo tiempo porque he logrado limpiar la sala en menos de 10 minutos. Lavar el patio donde está el perro en 15 o menos. He descubierto que alcanzo a lavar casi todos los platos en lo que se calienta el agua para mi té. He descubierto que para limpiar un cuarto no necesito todo el día, ni toda la tarde. Y es que me he dicho a mí mismo muchas veces que para limpiar un cuarto bien, necesitaría estar de vacaciones, tener toooodo el día completo para poder hacerlo. Y, ¡no es cierto! Incluso con una hora o menos puedo limpiarlo decentemente. Quizá no a profunidad, pero es muchísimo más de lo que haría si creo que a fuerzas necesito todo un día. Hace poco leí «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada» y todo porque creemos que debemos hacerlo de manera perfecta, a fondo, porque creemos en que «si vas a hacer algo, hazlo bien«. A veces no alcanza el tiempo, no nos alcanzan las ganas, y es entonces cuando «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada en absoluto«. Ni modo.

Otro ejemplo:

¿Eres experto en matemáticas, idiomas, computación, deportes, música, leyes, física, electrónica, psicología, finanzas…?

¿Qué me responderías si te digo que no debes confiar en lo que sabes? Algunos dirán que si no confías en lo que sabes, ¿cómo esperas que los demás confíen en tí?, ¿cómo esperas hacer un buen trabajo? Bueno, pues es precisamente para hacer un mejor trabajo, que te recomiendo no confiar en ti, no confiar en lo que sabes. ¿Por qué? Porque si crees que ya sabes algo, tu cerebro entrará en modo «ya lo sé, no hay razón para seguir buscando». No puedes evitar que entre en ese modo. A menos que verdaderamente dudes de ti mismo y de lo que sabes. Solo así tu cerebro ira en busca de más. Solo así serás capaz de encontrar nueva información que quizá contradiga lo que creíste que era cierto (¿acabas de pensar en algun dato que crees firmemente que no puede ser dudado? ¡DÚDALO!), pero que serás capaz de aceptar porque estarás en búsqueda de la verdad, o de nuevos métodos, de nuevos datos. Si no dudas de ti mismo, nunca irás más allá, nunca descubrirás «mundos nuevos». No crecerás emocionalmente ni en tu campo de experticia. Bueno, sí puedes crecer en esto último, pero a un nivel mucho menor.

Si acabas de pensar «yo sé que no lo sé todo», ah, pues ¿qué crees? ¡DUDA DE TI MISMO! No te creas tu propio cuento de que eres consciente de que no lo sabes todo. ¿Por qué? Porque de cierta manera, tu cerebro sigue estando en ese estado de «ya sé que no sé todo» y se vuelve perezoso. Dejará de prestar atención y pasará por alto muchas situaciones en las que actuaste como si supieras algo. Habrá olvidado cuidarse, siendo que es un esfuerzo constante el pensar «no debo confiar en lo que sé» para mantener viva la curiosidad que te llevará a aprender aún más y crecer.

«Yo siempre estoy tratando de ser consciente, de conocerme a mí mismo, de crecer, de aprender»,  uff… esta pedrada también va para mí. NO DEBEMOS CONFIAR TANTO EN NOSOTROS MISMOS. Si confiamos en eso, caeremos en el estado perezoso y dejaremos de prestar la atención suficiente para darnos cuenta de todo lo que hacemos.

Otro ejemplo:

Se terminó mi relación y mis esfuerzos no fueron suficientes para evitarlo. No… más bien, yo no fui suficiente para esa persona. Todo mundo me dice que soy «un buen partido», que «la chica que esté conmigo será afortunada», y aún así… me han dejado. ¿Seré capaz de encontrar a alguien con quien compartir el resto de mi vida? No lo sé. Empiezo a creer que no. Por más que yo creyera en la relación, estaba equivocado. Quizá yo no sea apto para una relación de ese tipo. Quizá mi destino es estar solo. Con amigos, familia, y mis mascotas, claro. Con esposa e hijos, creo que no. Cada vez que repaso en mi mente cómo todo lo que he vivido y todo lo que creí se destruyó sin que yo fuera capaz de hacer algo para evitarlo, me reafirmo que mi futuro es solitario. No importa todo lo que sé sobre psicología, sobre el comportamiento humano, sobre relaciones, sobre mí mismo, sobre el amor… nada importa. Nada ha evitado que mis relaciones terminen. Así que, solo me queda estar bien conmigo mismo y nada más.

Rayos…

Pero volviendo al punto de esta publicación: no debo creer en mi mismo. Tampoco debo decirme «no te preocupes, encontrarás el amor, y será hermoso, y vivirán felices todo el tiempo que deban durar», o «en la vida hay tres amores, ya viviste dos, te falta el tercero, que será el bueno». ¿Por qué no vas a creer todo eso? Porque quiero mantener mi actitud de duda. No voy a decir que no encontraré a nadie más, pero si quiero ser congruente y consistente, tampoco puedo decir que sí la encontraré. Aquí es donde es difícil aplicar el «no debo confiar en mi mismo», porque si nos decimos que encontraremos a alguien y nos lo creemos, podemos caer en la desesperación de querer hacerlo: bastante inconveniente por razones que ustedes ya saben. Además, estaremos descuidando la actitud de desconfiar de nosotros (cuidadosamente, claro). Y, por último, desconfío de lo que pienso porque también sé que una relación es de dos, no depende solo de mí.

 

En conclusión, no se trata de dudar de todo indiscriminadamente. No se trata de dudar de todo para sentirnos intelectuales. No se trata de dudar de todo porque nada es cierto, todo es una simulación, nada tiene sentido, y entonces… ¿si quiera existimos?… espera, ¿qué?

Se trata de dudar de nosotros mismos para mantener viva la curiosidad, mantener la mente abierta, los ojos abiertos. Se trata de ser capaces de aprender más de lo que creemos posible. Se trata de crecer.

Hay veces en las que debes creer en ti mismo. Hay veces en las que no. La sociedad ya te ha enseñado en que debes creer en ti, ahora te falta aprender a desconfiar de ti mismo. Después podrás combinar ambas prácticas. Ese es el siguiente nivel. Practícalo todos los días.

 

 

Un último ejemplo de cuando no debes creer en ti: «5 minutos más«. Punto.

 

 

Deja un comentario