La paradójica vida del pedófilo y los niños

Querido lector, le pido, por favor, que antes de ponerse a pensar en todas las excepciones que puede haber en lo que diré, y las situaciones que no mencionaré, porque sí las hay, primero piense con una mente relajada en cómo sí sucede lo que expongo aquí; Léalo de nuevo, consúltelo con la almohada, y hasta después de eso, póngase a pensar en las excepciones para complementar su información, no para sobre escribirla.

En los últimos días me he topado con muchas publicaciones sobre grupos de pedofilia. Más bien, con publicaciones de personas en contra de esos grupos. Me ha llamado mucho la atención la actitud con la que se expresan. No es algo nuevo en absoluto, pero es algo importante que tiene efectos en la sociedad que valen la pena mencionar.

Antes de entrar de lleno en el tema, quisiera pedirle al lector que respire y deje de lado esa ira que surge de tan solo mencionar la palabra pedofilia, pues eso impedirá que entienda mi punto. Si usted es un lector que está a favor del movimiento para “normalizar” la pedofilia, es bienvenido igualmente a leer. Solo le pediré a todos que lean sin ira, con mente abierta, y analizando el texto en su totalidad. No deje de leer hasta haber terminado.

Primero debo esclarecer que se distingue pedofilia y pederastia. La primera es la atracción amorosa y/o sexual hacia los menores de edad. La segunda, pederastia, es cuando existe la relación sexual. Aquí no abordaré la obvia consecuencia legal de este asunto. Y cabe aclarar que es posible que los pedófilos solo tengan el deseo y las fantasías, pero no las lleven a cabo. Además, no es lo mismo hablar de tener relaciones sexuales a cometer una violación (cuando una de las personas es obligada a tenerlas). De esto último, no escribiré mucho.

Ahora, quiero contextualizar las relaciones amorosas. Hay muchas formas de analizar y explicar las relaciones. Esto es solo un resumen bajo la perspectiva psicológica que yo utilizo. En una relación de este tipo, ambas personas llegan siendo una entidad que llamamos “yo”, y cuando se juntan, son más que dos “yo” juntos porque habrán creado una tercera entidad llamada “nosotros”. Las tres entidades deben cuidarse, sin poner mucha más atención en una que en otra. Si damos mucho más protagonismo a una de las entidades, o si cada uno está dando más protagonismo o importancia a su propio “yo”, habrá conflictos. Es posible que la pareja se separe. También es posible que no se separe, pero empiece a ser lo que actualmente llaman “una relación tóxica”. Además, las personas siempre actuamos buscando satisfacer ciertas necesidades emocionales. No es algo malo, simplemente así es. Algunos lo llaman “asuntos inconclusos”. Lo importante es qué tan conscientes somos de esas necesidades y de las maneras en que estamos tratando de satisfacerlas. Un gran problema es el hecho de que muchas de estas necesidades emocionales escapan a nuestra comprensión. Incluso cuando una persona las logra identificar, externar, y explicar claramente. En general, las personas que logran verbalizar sus propias necesidades, al mismo tiempo, no son capaces de cambiar su forma de actuar respecto a ellas. Esto es porque su comprensión llega a un nivel verbal consciente, y no ha llegado a un nivel emocional profundo y subconsciente. Esto se debe a muchos mecanismos de defensa, que pueden ser analizados con ayuda profesional. Veamos unos ejemplos.

Un típico caso en el que el hombre es violento y golpea a su esposa e hijos. La mujer no lo deja porque, dice, no podrá criar a sus hijos sola; o porque su esposo no siempre es así, a veces es amable y los lleva a pasear y de compras; o porque cree que la familia debe estar unida por el bien de sus hijos a pesar de todo. Entran en juego las creencias y las lealtades invisibles que se obtuvieron desde nuestra infancia, y que se han ido modificando y/o reafirmando a través de la experiencia y nuestra percepción. Es decir, desde niños aprendemos lo que vemos, lo que vivimos. Las cosas tienen cierto impacto emocional y las interpretamos de cierta manera. Repetimos patrones de pensamiento y conductas que pueden venir desde generaciones atrás. Todo esto está más allá de nuestra comprensión profunda si no lo analizamos con mucho esfuerzo y guía profesional. Así, vamos por la vida tratando de llenar esos vacíos, cumplir esas expectativas, reafirmar esas creencias, y esas costumbres.

En el caso anterior, el hombre podría venir de una familia donde exista violencia. Podría tener como único recurso emocional la expresión de la violencia. Es decir, no aprendió a reconocer y entender un gran rango de emociones. Mucho menos aprendió a expresarlas y actuar de manera conveniente sin lastimar a nadie. Eso es todo lo que sabe. Eso es todo lo que aprendió. Puede aprender más, es posible, pero necesita ayuda. Todos necesitamos ayuda para darnos cuenta de esas necesidades, creencias, y patrones que tenemos arraigados en nuestra mente porque es fácil caer en la trampa de que nos entendemos solo porque somos capaces de decir lo que nos pasa: Mientras no seas capaz de cambiar lo que haces, no has comprendido completamente las cosas. Si no trabajas con tu necesidad de cariño, de saberte fuerte, o de sentirte importante, puedes terminar buscándolos de maneras violentas, abusivas, y dañinas para ti y los demás. Incluso podrías terminar obteniendo lo contrario a lo que buscas. Ejemplo: quien está desesperado por tener una relación amorosa estable y duradera tiene mayor probabilidad de no encontrarla, pues no se llega por el camino de la desesperación.

Entonces, ¿qué pasa con la pedofilia teniendo en cuenta esta explicación? La persona con pedofilia tiene una atracción sexual hacia los menores de edad. También suelen agregar razones sentimentales para estar con los niños. Algunos hasta quieren tener relaciones estables con ellos. Estables o no, sexuales o no, como en todas las relaciones, existen necesidades que satisfacer, y creencias y patrones que reafirmar. El adulto puede seguir repitiendo patrones que vivió en su familia desde pequeño. Puede seguir buscando cariño, respeto, admiración, proteger a alguien para sentirse necesario, o quizá busca la sensación de poder, o de ser deseado. Pueden ser varias cosas al mismo tiempo. La persona no es capaz de entender profundamente lo que sucede en su interior. Recordemos que no es lo mismo ser capaz de decir con palabras lo que sentimos y queremos, que tomar responsabilidad de nuestros actos respecto a esas emociones y necesidades. ¿Cómo podemos trabajar esas necesidades, creencias, patrones, y emociones? Con ayuda, por supuesto. La psicoterapia tiene herramientas para trabajar estos casos. Sin embargo, nos topamos con una barrera enorme: las creencias de la sociedad.

¿Cómo elije la sociedad que un acto es despreciable, que no merece perdón, que merece un castigo duro, quizá hasta la muerte? Las creencias socialmente aceptadas y no aceptadas tienen su desarrollo a través de los años. Existen muchas situaciones y personas que contribuyen a la forma en la que se desarrollan esas ideas. Hoy en día la pedofilia es vista como algo asqueroso e imperdonable. El simple hecho de mencionarla causa repulsión y enojo en muchas personas. Dicen que no es una orientación sexual. Aunque una orientación sexual es una atracción sexual, y afectiva hacia ciertas personas, lo que quiere decir que la pedofilia sí es una orientación sexual por definición. Creen que por darle la etiqueta de orientación sexual se busca promoverla e incentivarla. No es así, solo se trata de una cuestión semántica, o sea, del significado de las palabras. El rechazo de este hecho semántico destaca uno de los tantos problemas: la ira disminuye la capacidad cognitiva y traba la emotividad en una sola emoción. Ese es un efecto muy conocido entre la sociedad. Hay movimientos sociales que buscan ir en contra de la ira como la única respuesta aceptable entre las personas. Sin embargo, volvemos a ver la diferencia entre saberlo verbalmente, y saberlo en las emociones, que nos lleva realmente a cambiar nuestras acciones. La sociedad sabe que la ira es contraproducente si no la manejamos bien, pero no ha sido capaz de actuar conforme a ese dato. La ira nos disminuye la capacidad de análisis, comprensión, empatía, y compasión. Es más, entre las mismas personas se alienta la violencia, aunque sea de palabra, en contra de quienes hacen algo que consideran despreciable. Es más, si una persona está en contra de violentar a los pedófilos, es muy común que termine siendo atacada también por, supuestamente, defenderlos y promover esa orientación sexual.

La ira nos impide ver qué sucede con esa persona que siente atracción sexual hacia los niños, nos impide ver qué sucede con aquel niño que acepta tener relaciones afectivas y/o sexuales con el adulto. Y si no vemos qué pasa realmente, no podremos hacer nada con ello. Terminamos incitando a las personas con esas características a avergonzarse; a detestarse a sí mismas; a esconderse; a no buscar ayuda; a que repriman tanto sus deseos insatisfechos, que lleguen a explotar de manera violenta y terminen violando a un menor, o lleguen a suicidarse. Una persona puede sentir esa atracción, pero no llegar si quiera a tocar a un menor, pero puede estarse odiando a sí mismo. Cuando la gente ve a alguien deprimido o triste, buscan que esa persona reconozca lo que es, lo que puede hacer, lo mucho que es querido… pero si se trata de una depresión por reprimir sus deseos sexuales con niños, lo condenan a muerte social sin piedad.

Una muerte social es lo que sucede cuando alguien es expuesto como pedófilo, a veces ni siquiera necesita ser pederasta para ser acribillado de esta manera. Sin embargo, a puerta cerrada, dentro de la familia, las cosas suceden de manera distinta. Los demás miembros suelen ignorar las señales de que algo así está sucediendo en la familia. No son capaces de aceptar que hay algo que arreglar entre ellos porque reconocerlo, sería un suicidio social colectivo de toda la familia. El famoso ¿qué dirán? Impide que el tema sea tratado como un síntoma de que hay asunto que arreglar.

Así es cómo la sociedad está, en realidad, manteniendo la pedofilia: quitándole la oportunidad de ser analizado y tratado. Es la misma sociedad que cree que se solucionará a garrotazos, cuando solamente está cerrando los ojos y ahuyentando a las posibles soluciones. Negándolas como con aquella famosa frase “No oigo, no oigo, soy de palo…”. La sociedad les está quitando la oportunidad a los niños de entender que estos actos no tienen que ser traumáticos, sino que hay que aprender sobre sexualidad para cuidar nuestro cuerpo, nuestras emociones, y nuestras relaciones. No se trata de enseñarles sobre sexualidad a los menores para que vayan a tener todo el sexo que quieran, sino de informarse para ser más responsables, cuidadosos, y no generar traumas innecesarios.

No quiero decir que le digan al niño que está bien tener relaciones sexuales con un adulto. Más bien se trata de no decirle que tener relaciones está mal, y que fue algo horrible lo que le hicieron. Lo pondré de esta manera, la sociedad actualmente le dice al niño que tuvo relaciones sexuales con un adulto lo siguiente: “¡Qué barbaridad! ¿Por qué no dijiste nada? ¡Nunca debes dejar que te toquen! ¡No te preocupes, nunca dejaré que te hagan eso de nuevo! A quien se acerque a ti, le voy a mochar… las ganas.”, mientras ve a todos angustiados, furiosos, llorando, peleando, yendo a terapia, insultando al perpetrador a gritos en la otra habitación como si no se pudiera escuchar todo lo que dicen… un caos. Ahora, ¿qué creen que pasaría si le dicen algo como “ah, mira, descubriste las relaciones sexuales. Verás, eso quiere decir… y funciona así… y hay que cuidarse de… porque podría pasar esto… y por eso debes esperar a estar más grande para hacer eso”? Paramos la situación, educamos, prevenimos, y evitamos traumas.

¿Qué podría pasar si buscáramos realmente una forma de educar a los menores en los temas sexuales para su cuidado personal? Las personas, incluyendo los menores, podrán cuidar su cuerpo, su mente, y sus relaciones porque tendrán la información de cómo funcionan las cosas. Sabrán que es conveniente esperar a tener cierta madurez, y conocerán los cuidados que deben tener para evitar embarazos, minimizar la probabilidad de contraer una ETS, y cuidar sus relaciones sentimentales.

Sin embargo, la sociedad no te permite no reaccionar enérgicamente ante este tipo de relaciones sexuales. No te permite pensar “pues, en ese entonces no sabía bien cómo estaba todo, yo solo sentía el placer de esas caricias” y ya. Paradójicamente, no quiere que te quedes con el trauma de haber vivido esa experiencia, pero al mismo tiempo no te permite no tener el trauma porque te impone la idea de que esa experiencia es horrible.

En conclusión, reaccionar con ira hacia la pedofilia crea la situación ideal para que las personas que la presentan no busquen ayuda, para que sus conflictos internos se vayan fermentando cada vez más y, potencialmente, termine en violaciones o suicidios. Al mismo tiempo, la visión sobre las relaciones sexuales entre un adulto y un menor, le imponen al niño un trauma que, paradójicamente, también está obligado a superar. Igualmente, la sociedad rechaza a los pedófilos, pero no les permite tener un ambiente para resolver sus conflictos. No digo que no podemos enojarnos con la situación, sino que hay que evitar que nuestro enojo suba a tales niveles que nuestra capacidad emotiva y cognitiva disminuya hasta que ya no solo no podamos ayudar, sino que estamos perpetuando los conflictos psicológicos tanto de los pedófilos, como de los niños, y hasta los nuestros.

Carta a…

Te busqué por mucho tiempo. Aunque no sé en verdad cuánto tiempo pueda llamarse «mucho», pero ni a ti ni a mi nos importa. Te encontré. Luché por ti y ahora estás a mi lado. Eres justo lo que esperaba. No me has decepcionado ni un ápice. Espero de todo corazón no decepcionarte a ti.

Tú me has ayudado a ser más fuerte, a conocerme a mi mismo, a conocer el mundo, a ver a mi al rededor. Tratas de enseñarme a apreciar lo que tengo, a ver más allá de mis problemas, a disfrutar de lo que he logrado, de lo que soy, a no ver únicamente problemas o, «cosas por arreglar», como suelo llamarlas. Sé que he sido un tanto necio con ello. Lo siento. Pero, ¿sabes qué? Confío en que lo aprenderé. Así como he aprendido tanto en tan poco tiempo.

Has visto mis peores momentos. Me has visto llorar, revolcarme en la cama con un nudo en la garganta que me impide gritar por miedo a asustar a los vecinos. No… más bien, miedo a que escuchen lo que siento; a compartir mi dolor con unos extraños.

Has visto mis decisiones inconvenientes. Me has visto golpear el colchón cuando no puedo más, cuando no sé qué hacer para librarme de mis propias cadenas, cuando no tengo la fuerza suficiente para seguir adelante y lo único que logro es detenerme a llorar casi hasta secar mi alma.

Has visto todo aquello que quizá alguna vez le he contado a alguien más. Solo que a ese alguien se lo conté someramente. Solo tú has presenciado la desgarradora verdad.

Claro, también te ha tocado ver esos momentos de esperanza, esos momentos en los que una revelación abre mis ojos e infla mi pecho. Esos instantes que marcan el inicio de grandes cambios en mi vida.

Me has visto creando todo aquello que los demás solo ven terminado. Me has visto disfrutando el momento. Has escuchado mis carcajadas. Has visto mis lágrimas de empatía al ver una película. Me has visto trabajando, postergando, durmiendo, comiendo, y hasta «descomiendo».

Es más, estás conmigo justo ahora, mientras escribo esta carta para ti, en la que quiero agradecerte  todo lo que me has permitido hacer, pensar, aprender, disfrutar, desahogar, crear, reparar, soñar, observar, cantar.

Sabemos que no siempre estaremos juntos. Tú misma me ayudaste a comprender también el valor de tu ausencia. No dejaré de ir a tomar una taza de té contigo, de ir a llorar contigo, de reflexionar contigo, de disfrutar el momento contigo aunque permanezca callado.

Ahora que recuerdo, a veces te hablo sabiendo que nunca me responderás. Qué divertido es parecer un loco aún cuando nadie te está viendo.

Es curioso cómo puedo disfrutar saludarte y también despedirme. Mucha gente malgasta el tiempo que pasa contigo. Yo creo que es algo maravilloso. Así que, vayamos a seguir disfrutando de esta calma, esta noche, esta música, y la brisa que entra por la ventana.

 

Kymwo

A veces, no confiar en ti mismo es lo mejor que puedes hacer

Les contaré algunas cosas muy personales sobre mí. Una faceta de mí que casi nadie conoce a profundidad. He escrito sobre ello varias veces, pero no tan directamente como ahora lo haré.

¿Alguna vez has estado deprimido? Yo sí. Y no hablo de momentos tristes, momentos difíciles. Hablo de una profunda y desgarrante depresión que te asecha día y noche. Esa que te hace sentir solo aunque estés rodeado de gente que te ama. No conforme con ello, la depresión te hace sentir aún peor por ser un maldito desagradecido y un necio, un imbécil. No puedes evitar nada de eso. Crees que eres un estorbo para los demás porque, a pesar de todos sus esfuerzos, tú sigues sintiéndote un desperdicio de humano, desperdicio de amor, desperdicio de tiempo, de esfuerzo… En fin, sería mejor que no estuvieras aquí. O en ninguna parte. Te preguntas a ti mismo si tendría razón aquella persona que te dice «mejor date un tiro». Te duele en el alma si quiera considerarlo, pero lo consideraste. Y eso quizá no habrá partido tu cabeza como lo hubiera hecho la bala, pero sí partió tu corazón. No importa cuánto te esfuerces, nunca serás lo suficientemente fuerte para salir de ese chiquero en el que vives. Cada vez que logras hacer un avance, que hasta la gente de tu al rededor reconoce, solo necesitas un parpadeo para que todo se vaya al carajo nuevamente. Y ahí, solo, en el suelo, cuando todos voltearon para seguir con sus vidas, yaces llorando una vez más. Te preguntas, ¿para qué rayos me esfuerzo si de nada sirve? Intentas, de todas maneras, levantarte para buscar ayuda pero, ¿qué encuentras? que la gente te dice «anímate», «tienes tanto por lo que ser feliz y estar agradecido», y eso… es una patada en los bajos. ¿Por qué? Porque teniendo tanto por lo que ser feliz, tú estás ahí sintiéndote miserable. No mereces lo que tienes porque no lo valoras. No eres de provecho para la sociedad, ni para tu familia. Entonces, te das cuenta de otra cosa: estás realmente solo porque nadie sabe qué decirte, cómo ayudarte, nadie comprende cómo te sientes. No eres capaz de disfrutar las cosas que alguna vez amaste. No tienes ganas de intentarlo si quiera.

Es ahí donde necesitas no creer en ti mismo. Me dije tantas veces que no era lo suficiente bueno para un sin fin de cosas… tantas veces me lo dije… que el papel donde escribí esto originalmente ahora tiene lágrimas que quedarán ahí para siempre. Recordatorios de todo lo que perdí, todas las oportunidades que dejé pasar, los momentos y personas que no disfruté como pude haberlo hecho. Ahí es donde el no creer en mí me salvó la vida.

No siempre lo tuve presente. No siempre era consciente de ello. Durante todo ese tiempo yo tuve mi «cuerda de seguridad«. Ahora la veo. Esa cuerda de seguridad era creer en mi.

¡ESPERA! ¿NO DIJISTE QUE NO HABÍA QUE CREER EN UNO MISMO?

Aplico una de mis frases favoritas: «sí pero no.»

¿Qué era eso en lo que confié? Confié en que de alguna manera, yo sería capaz de domar a la depresión. No sabía cómo, ni con qué, ni cuándo, ni qué tan difícil sería. Y lo peor: no siempre me lo creía. Leí, investigué, intenté tantos consejos de superación personal, que tampoco pude evitar pensar que de nada servían. En el mejor de los casos, encontraba un alivio efímero. Solo eso.

Creer que podría salir de eso, mientras también creía que era mejor alejarme de todos por ser un estorbo, por no ser suficiente, por ser un desperdicio, era como sujetarse de una cuerda bajo una cascada.

Entonces, ¿cuándo no creer en ti mismo? Cuando me decía a mi mismo que no sería posible, no debí creer en mi mismo. Todas esas veces que me dije que era mejor no continuar, que era una basura, que no valía yo la pena, era cuando no debía creer en mí. Aunque en realidad, ese sentimiento de ser capaz de lograrlo casi siempre estuvo dormido. Habría los ojos, mas no se levantaba realmente, cuando el oso hibernaba. Una vez al año.

Ahora, este ejemplo es fácil de entender, sobre todo para quienes no han sufrido una depresión severa. Claro, es lo que todo mundo dice «cree en ti mismo y lograrás lo que tú quieras». Así de sencillo.

… como si supieran lo que se siente.

Pero bueno… ahora que me crees la parte de «a veces no debes creer en ti mismo», déjame exponer algunas otras situaciones en las que no es tan clara su aplicación.

«No tengo tiempo para limpiar la casa, tengo demasiado trabajo.» Y probablemente lo jures, y hasta desgloses tu horario y todas actividades para, según tú, demostrar que no tienes tiempo para limpiar. Esto es algo también muy personal porque es algo que yo mismo digo (pero estoy en proceso de cambiarlo). Comprendo lo difícil que es el adquirir nuevos hábitos si sientes que tu agenda ya está llena, pero, ¿qué es lo que he descubierto que me anima a compartirles esto? Que aplicando el «no debo confiar en mí», he logrado mantener la casa más limpia que antes. Tengo épocas de flaqueza todavía, pero la otra parte, en la que sí confío, me dice que lograré mantener esos hábitos de limpieza que me gustaría tener. He descubierto que no debo creer que no tengo tiempo porque he logrado limpiar la sala en menos de 10 minutos. Lavar el patio donde está el perro en 15 o menos. He descubierto que alcanzo a lavar casi todos los platos en lo que se calienta el agua para mi té. He descubierto que para limpiar un cuarto no necesito todo el día, ni toda la tarde. Y es que me he dicho a mí mismo muchas veces que para limpiar un cuarto bien, necesitaría estar de vacaciones, tener toooodo el día completo para poder hacerlo. Y, ¡no es cierto! Incluso con una hora o menos puedo limpiarlo decentemente. Quizá no a profunidad, pero es muchísimo más de lo que haría si creo que a fuerzas necesito todo un día. Hace poco leí «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada» y todo porque creemos que debemos hacerlo de manera perfecta, a fondo, porque creemos en que «si vas a hacer algo, hazlo bien«. A veces no alcanza el tiempo, no nos alcanzan las ganas, y es entonces cuando «es mejor hacer las cosas a medias, que no hacer nada en absoluto«. Ni modo.

Otro ejemplo:

¿Eres experto en matemáticas, idiomas, computación, deportes, música, leyes, física, electrónica, psicología, finanzas…?

¿Qué me responderías si te digo que no debes confiar en lo que sabes? Algunos dirán que si no confías en lo que sabes, ¿cómo esperas que los demás confíen en tí?, ¿cómo esperas hacer un buen trabajo? Bueno, pues es precisamente para hacer un mejor trabajo, que te recomiendo no confiar en ti, no confiar en lo que sabes. ¿Por qué? Porque si crees que ya sabes algo, tu cerebro entrará en modo «ya lo sé, no hay razón para seguir buscando». No puedes evitar que entre en ese modo. A menos que verdaderamente dudes de ti mismo y de lo que sabes. Solo así tu cerebro ira en busca de más. Solo así serás capaz de encontrar nueva información que quizá contradiga lo que creíste que era cierto (¿acabas de pensar en algun dato que crees firmemente que no puede ser dudado? ¡DÚDALO!), pero que serás capaz de aceptar porque estarás en búsqueda de la verdad, o de nuevos métodos, de nuevos datos. Si no dudas de ti mismo, nunca irás más allá, nunca descubrirás «mundos nuevos». No crecerás emocionalmente ni en tu campo de experticia. Bueno, sí puedes crecer en esto último, pero a un nivel mucho menor.

Si acabas de pensar «yo sé que no lo sé todo», ah, pues ¿qué crees? ¡DUDA DE TI MISMO! No te creas tu propio cuento de que eres consciente de que no lo sabes todo. ¿Por qué? Porque de cierta manera, tu cerebro sigue estando en ese estado de «ya sé que no sé todo» y se vuelve perezoso. Dejará de prestar atención y pasará por alto muchas situaciones en las que actuaste como si supieras algo. Habrá olvidado cuidarse, siendo que es un esfuerzo constante el pensar «no debo confiar en lo que sé» para mantener viva la curiosidad que te llevará a aprender aún más y crecer.

«Yo siempre estoy tratando de ser consciente, de conocerme a mí mismo, de crecer, de aprender»,  uff… esta pedrada también va para mí. NO DEBEMOS CONFIAR TANTO EN NOSOTROS MISMOS. Si confiamos en eso, caeremos en el estado perezoso y dejaremos de prestar la atención suficiente para darnos cuenta de todo lo que hacemos.

Otro ejemplo:

Se terminó mi relación y mis esfuerzos no fueron suficientes para evitarlo. No… más bien, yo no fui suficiente para esa persona. Todo mundo me dice que soy «un buen partido», que «la chica que esté conmigo será afortunada», y aún así… me han dejado. ¿Seré capaz de encontrar a alguien con quien compartir el resto de mi vida? No lo sé. Empiezo a creer que no. Por más que yo creyera en la relación, estaba equivocado. Quizá yo no sea apto para una relación de ese tipo. Quizá mi destino es estar solo. Con amigos, familia, y mis mascotas, claro. Con esposa e hijos, creo que no. Cada vez que repaso en mi mente cómo todo lo que he vivido y todo lo que creí se destruyó sin que yo fuera capaz de hacer algo para evitarlo, me reafirmo que mi futuro es solitario. No importa todo lo que sé sobre psicología, sobre el comportamiento humano, sobre relaciones, sobre mí mismo, sobre el amor… nada importa. Nada ha evitado que mis relaciones terminen. Así que, solo me queda estar bien conmigo mismo y nada más.

Rayos…

Pero volviendo al punto de esta publicación: no debo creer en mi mismo. Tampoco debo decirme «no te preocupes, encontrarás el amor, y será hermoso, y vivirán felices todo el tiempo que deban durar», o «en la vida hay tres amores, ya viviste dos, te falta el tercero, que será el bueno». ¿Por qué no vas a creer todo eso? Porque quiero mantener mi actitud de duda. No voy a decir que no encontraré a nadie más, pero si quiero ser congruente y consistente, tampoco puedo decir que sí la encontraré. Aquí es donde es difícil aplicar el «no debo confiar en mi mismo», porque si nos decimos que encontraremos a alguien y nos lo creemos, podemos caer en la desesperación de querer hacerlo: bastante inconveniente por razones que ustedes ya saben. Además, estaremos descuidando la actitud de desconfiar de nosotros (cuidadosamente, claro). Y, por último, desconfío de lo que pienso porque también sé que una relación es de dos, no depende solo de mí.

 

En conclusión, no se trata de dudar de todo indiscriminadamente. No se trata de dudar de todo para sentirnos intelectuales. No se trata de dudar de todo porque nada es cierto, todo es una simulación, nada tiene sentido, y entonces… ¿si quiera existimos?… espera, ¿qué?

Se trata de dudar de nosotros mismos para mantener viva la curiosidad, mantener la mente abierta, los ojos abiertos. Se trata de ser capaces de aprender más de lo que creemos posible. Se trata de crecer.

Hay veces en las que debes creer en ti mismo. Hay veces en las que no. La sociedad ya te ha enseñado en que debes creer en ti, ahora te falta aprender a desconfiar de ti mismo. Después podrás combinar ambas prácticas. Ese es el siguiente nivel. Practícalo todos los días.

 

 

Un último ejemplo de cuando no debes creer en ti: «5 minutos más«. Punto.